Narra Zayn
—Lo sabía. —Mascullé. —Debí suponerlo.
—Lo siento, no he podido evitar que subiera. —Dijo Logan a mis espaldas.
—Dejarnos solos. —Dije.
Babi y Logan abandonaron la habitación, no sin antes decirle a Amber que estarían fuera si los necesitaba. ¿Pensaban que iba a matarla o algo? Porfavor. Estaba cabreado, pero tampoco podría hacerle daño.
En cuanto se marcharon, cerré la puerta detrás de mi y eché el cerrojo. Amber dejó a la niña en la cuna y se puso frente a mi para encararme.
—¿Que haces aquí? —Preguntó.
—Vine a hablar contigo y escuche a la niña llorar. No puedo creer lo que has hecho. —Intenté acercarme a la cuna, pero Amber no me lo permitió.
—No te acerques a mi hija.
—A nuestra hija, dirás. Sabes que lo que hiciste es un delito, ¿no?
—¿Me vas a denunciar ahora?
—No te digo que te valla a denunciar. Lo único que te dejo muy claro es que no voy a renunciar a mi hija. Si tú no me dejas verla pediré la patria protestal y no creo que me la nieguen.
—¿Me estás diciendo que me vas a quitar a mi niña? —Preguntó con cierto humor en su tono de voz.
—No sé que te hace tanta gracia.
—Antes de dejar que me quites a mi hija, te mato. Te juro que te mato. Y sal de mi habitación que no quiero verte.
—¿Serías capaz de matarme?
—Sería capaz de cualquier cosa.
Me pasé las manos por el pelo, exasperado. Estaba empeorandolo todo entre ella y yo.
—Y porque no mejor nos olvidamos de todo. —Le cogí las manos. —Olvidemoslo todo y empecemos de nuevo. Amemonos de nuevo como antes, por favor. —Junte nuestras frentes. —Por favor, por favor. Por la niña. —Dije desesperado. —Regresa a mi, no me resigno a perderte Amber.
—Zayn...—Intentó zafarse de mi.
—Déjame intentar recuperarte. —La interrumpí. —Yo sé que crees que te engañe pero te juro que no, te lo juro por nuestra hija. Tienes que creerme mi amor.
—Yo... No, no, no, no. —Se apartó de mi.
—Amber.. —Me senté en la cama completamente destruido.
—Es que... Es que no quiero perdonarte. No quiero pero... Vienes, me dices esto y yo me lo creo. Me lo creo y vuelvo a derretirme frente a ti. Y así funciona nuestra relación. Me has quitado la dignidad, el orgullo y todo. Hasta el corazón..
Me levanté y camine hasta quedar frente a ella. Le seque las lágrimas.
—No quiero hacerte más daño. —Dije.
—Me haces más daño estando lejos de mi que estando cerca. —Susurró.
—No soy perfecto, no soy la mejor persona del mundo pero... Pero sólo sé que te amo demasiado como para hacerte daño. Puede que a veces te lo haga sin siquiera darme cuenta pero...
—Cállate. —Dijo y me besó.
Ese beso fue para mi como cuándo tú madre dice que te ha preparado tu comida favorita. Cuándo te despiertas temprano un sábado y te das cuenta de que puedes seguir durmiendo el tiempo que quieras. Como cuándo te cambias al lado frío de la almohada en verano. Como cuándo quieres hablar con alguien especial y encuentras una red WiFi gratis en la calle.
Simplemente me devolvió a la vida.
—Me gustaría poder decirte que no te amo, que te quiero fuera de mi vida pero... Ya me he hecho bastante daño a mi misma. Simplemente quiero estar contigo, aunque eso me mate. Moriría feliz. —Dijo.
Cerré los ojos y junte nuestras frentes de nuevo. Una ola de alivio, paz, tranquilidad, alegría y amor me inundó por completo.
—Te prometo que no te fallare. —Dije completamente perdido en sus ojos, esos tan azules como el agua de las playas de Bora Bora, esos que me vuelven completamente loco.
—Eso espero. —Me abrazó y yo la recibí de buena gana.
La recoste en la cama y la besé. Me hubiera gustado hacerla mía en ese preciso instante pero... No estábamos en casa y nuestra hija estaba allí. Me limité a abrazarla fuertemente, como si alguien pudiera arrancarla de mi lado y yo quisiera evitarlo.
Así pasamos como media hora que parecieron 10 minutos. Abrazados, besandonos. Siendo porfin felices, juntos.
Al cabo de un rato la niña comenzó a llorar.
—Ya es su hora de comer. —Dijo Amber cogiendola en brazos.
—Es lo más hermoso que he visto en mi vida. —Dije observandola.
—Eiza. —Sonrió.
—Por favor, déjame cargarla. —Pedí.
—Pero sólo un momento, tiene que comer. —Dijo y la dejó en mis brazos. —Sujetale la cabecita. Así.
—Hola Eiza. Soy tú papá. —Dije y le besé su pequeña y chatita nariz.
—Se parece a ti.
—Tiene tus ojos. —Sonreí.
Besó mi hombro y se apoyó en él.
—Ojalá nada estropee esto.—Dijo.
—Eso no pasará. Mientras nuestra hija y tú estéis conmigo no ocurrirá nada. Te lo prometo.
(...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario